Todos los años, el 16 de agosto, Ana Magdalena Bach viaja a una isla a llevar un ramo de gladiolos a la tumba de su madre. El primer año conoce a un hombre con el que se acuesta, y a partir de entonces espera con ansia ese día, en el que se permite ser una mujer infiel, cada vez con un personaje distinto. Así intenta solucionar algo el amor ya un tanto desdibujado de su matrimonio. Al mismo tiempo que ella está siendo infiel, sospecha que su marido también lo es, con lo que parece que está, año a año, destruyendo la base de su felicidad familiar.
Sí, todo muy poético y muy hermoso, pero no deja de ser, todo el libro, un canto a la infidelidad, disfrazando de liberación de la mujer lo que no deja de ser un frívolo devaneo, debido a una crisis de la edad mal conducida. Y además la protagonista proyecta sus infidelidades como si lo fueran de su marido, del que sospecha, cuando es ella la que dinamita su relación. Además, la personalidad de Ana Magdalena no queda bien descrita, ni sus motivos, ni lo que pretende, ni qué es lo que le mueve a actuar de esa manera. Está mucho mejor perfilado su marido, pese a que apenas sale.
En principio este libro iba a ser el primero de un conjunto de cuatro novelas. García Márquez había descartado su publicación porque cuando lo escribió, ya no estaba en sus mejores condiciones. Los hijos han decidido que vea la luz, contraviniendo las instrucciones de su padre. Flaquísimo favor le han hecho, jugando así con su prestigio, con una novela póstuma a todas luces inacabada. Sólo los críticos más favorables al maestro colombiano han visto positiva la publicación de esta novela, y ello porque les recuerda (levemente) al autor fallecido hace diez años.