
Es la traducción al castellano del original francés. La autora, de origen austriaco, es miembro de la Comunidad de las Beatitudes, institución al servicio de la evangelización de los pobres, en Francia. El libro es sencillo, profundo, claro y de actualidad. Sostiene que la pureza de corazón es la clave de la unidad interior, del dominio de sí y de la libertad de la persona humana.
La pureza de corazón es un don de Dios. Requiere una actitud de acogida, hecha de humildad y de confianza filial. Es el término y el fruto de un camino de purificación. Ésta es un movimiento que nos sumerge cada vez más en la vida divina. Por eso la dureza de corazón obstaculiza el despliegue de la vida divina en nosotros.
En el principio Adán y Eva tenían un corazón puro. Nada manchaba su confianza en Dios ni su comunión mutua. Sin idea del mal, no sentían vergüenza el uno del otro. El primer pecado introduce la impureza en el corazón humano. Se pierde la transparencia original y se introduce la duda sobre la bondad de Dios y convierte el movimiento de entrega de sí en dominación del otro.
Un corazón purificado por la contemplación entiende que Dios es el que Es y la criatura es la que no es. Acoge esta revelación de Dios en toda su profundidad y reconoce maravillado su verdad. La búsqueda de la verdadera felicidad supone un largo camino que lleva a la desnudez pues se desprende de los goces superficiales. Esta es la preparación que hace Dios en el hombre para regalarle un corazón nuevo. Será un corazón filial que acoge el don prometido en el tiempo oportuno. Un corazón puro no es un corazón vacío. Es el que desenmascara los ídolos, se desprende de ellos y se deja atraer por el Dios único. Es un corazón vulnerable al amor, que sabe comprometerse y amar apasionadamente, con todo su ser.
Las raíces de la impureza penetran en la memoria, por el olvido; en la inteligencia, por el error; en la voluntad, por el miedo. El hombre que olvida que Dios es Padre olvida su propia identidad de hijo. Dios le devuelve la vida al purificarle la memoria por el recuerdo de su identidad de hijo. El error y la mentira ciegan la inteligencia y solo la luz de la verdad puede curar de esta impureza. La verdad purifica la inteligencia humana y abre el corazón al arrepentimiento. La verdad da al hombre una libertad nueva. El miedo oscurece la voluntad del hombre y le hace incapaz de acoger y transmitir el don del amor de Dios. Dios purifica la voluntad liberándola de todo temor.
Cristo no solo quiere liberar al hombre de su corazón de piedra, sino quiere crear en él un corazón nuevo, un corazón de carne. Por el don de su cuerpo Jesús recuerda al hombre el significado esponsal del cuerpo humano: ha sido hecho para servir al misterio del amor, misterio de entrega y acogida recíproca. El camino para que se ensanche nuestro corazón y para que pueda acoger el don de Dios es la oración. La herida del costado de Jesús muerto muestra que allí había más amor por el hombre de lo que podría su cuerpo mostrar en vida. En esta herida es donde el corazón enfermo del hombre encuentra su curación. El corazón abierto de Cristo es la nueva roca en que el hombre puede gustar toda la ternura y la misericordia del corazón de Dios.
El significado de la bienaventuranza de los limpios de corazón porque ellos verán a Dios es más hondo de lo que podríamos soñar. De hecho el hombre de corazón puro hunde sus raíces ya desde ahora en la eternidad, por eso puede gustar ya en este mundo algo de la felicidad eterna. Dios le da ahora el futuro dentro del presente, de modo que el futuro ya no es el puro “todavía no”. Quien es limpio de corazón desea contemplar a Dios sin querer por eso instrumentalizarlo. Gratuitamente. Por ser Él quien es. Solo quiere una cosa, y este querer lo unifica y simplifica. La pureza de corazón es hermana de la sencillez. Excluye toda duplicidad.
Se llega al fondo al comprender que los limpios de corazón serán vistos por Dios, o mejor, se dejarán mirar por Dios. En Dios mirar es amar. Por eso la mirada de Dios revela al hombre todo lo que el hombre vale. Al mirarla, Dios reviste al alma de su propia belleza. A veces en tal grado que el cuerpo transparenta algo de esta belleza. El corazón puro sumerge su mirada ya desde ahora en la eternidad: entra de algún modo en el misterio de la Trinidad. Verá como ve Dios y posará la mirada de Dios sobre los demás.
Cuanto más se deja purificar un corazón, más profundamente entra en la mirada benevolente de Dios dirigida a todos los hombres. Y por eso no se echa atrás ante la fealdad, y lejos de temer contagiarse, está pronto para bajar hasta la miseria del otro, dispuesto a acompañarle en su sufrimiento, sin juzgarle ni despreciarle, sino reconociendo por el contrario en el más pobre la presencia misma de Cristo.