Gonzalo de Berceo peregrina a Santiago por asuntos mundanos que tiene entre manos. Sigue siendo el párroco descreído de una pequeña aldea y continúa con la escritura de los Milagros de nuestra Señora. En Santiago descubre que su viejo compañero de estudios, Juan Arias, es ahora el arzobispo, y que entre sus colaboradores más cercanos se encuentran algunos de los que formaron con él grupo en Palencia. Cuando uno de ellos se suicida arrojándose contra el botafumeiro de la Catedral mientras estaba siendo volteado, el arzobispo pide a Gonzalo que le ayude a descubrir qué ha podido pasar.
La intriga mejora con respecto al libro anterior, pero lamentablemente no los personajes. Una vez más, todos los clérigos y las religiosas que aparecen en la novela son personas que han perdido la fe y se arrojan a los vicios, sobre todo de la carne, dando lugar casi a todo el elenco de pecados contra el sexto y el noveno mandamiento, en una caída libre de la que nadie se salva, en realidad. No es tan descriptivo como la horrible novela anterior, La taberna de Silos, pero sí con el mismo fondo funesto.