El autor, de forma amena y precisa, relata un viaje clave de Andrés Urdaneta. Esta narración va precedido por navegaciones de otras personas de la época. Urdaneta tenía 18 años; en la actual Ordicia (Guipuzcoa). Elcano y él conocerían quizá de su infancia, pero es al volver Elcano de su vuelta al mundo, cuando éste se fija en el joven Urdaneta para un nuevo viaje que pronto realizó. Fue un viaje de más naves, al mando de Loaysa y en la que Elcano ocupó un puesto relevante para no ser de origen aristócrata. Urdaneta iba de ayudante de Elcano, pues era el primer viaje largo que hacía. Sus dotes de observación y el deseo de aprender, le llevan a aprovechar bien esa experiencia. Loaysa y Elcano fallecen durante el viaje, en 1527, y los supervivientes llegaron a las Molucas. Urdaneta regresó a España y se volvió a embarcar; al mando de Alvarado y del virrey Mendoza, realizó con acierto varias tareas. Tenía un merecido prestigio y participó como militar en varias expediciones. Estando en América tomó la decisión, en 1553, de profesar como agustino en un convento de México; luego fue ordenado sacerdote. Los españoles sabían ir a Oriente, pero no cómo volver hasta América, evitando hacerlo por el índico, que estaba en zona portuguesa. Tras cuatro intentos fallidos, por la importancia que tenía ese punto para España, Felipe II, conocedor del prestigio de Urdaneta, dispuso que éste viajara en una expedición. Sólo en altamar, en 1564, Urdaneta supo el destino concreto, pues su conciencia no le hubiera permitido viajar por mares reservados a Portugal. Asentados en unas islas, Filipinas en honor al rey de España, cuando llegó el momento regresar al actual México, Urdaneta dio las indicaciones precisas: subir en latitud y luego viajar en dirección este hasta Acapulco; era 1565. Un viaje a España para informar al rey del viaje fue seguido de su regreso al convento en México, hasta su muerte en 1568. Desde entonces funcionó el llamado Galeón de Manila, que traía por la nueva ruta, materias de Oriente de interés en Occidente y llevaba plata, metal apreciado por los chinos.